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Barriletes y barquitos de papel

  • Sergio Generali
  • 18 sept 2015
  • 12 Min. de lectura

CRONICAS DE INFANCIA 11

BARQUITOS Y BARRILETES DE PAPEL

Como cambia todo con aceleración y vértigo. El tiempo, las actividades los compromisos, las amistades y hasta los afectos parecen ser controlados de manera anónima e invisible por un dios digital de la era tecnológica.

Ese dios se mimetiza y se ajusta al tamaño de una mano, se convierte en jostik, o se agranda en una forma aplanada u brillante a la que llamamos LCD. Con cualquiera de sus formas y en cualquier función que nos sometamos a él, nos domina y nos limita, nos gobierna y somete sin que nos demos cuenta.

Es cierto que sus avances han achicado las distancias, reduciendo las diferencias culturales y todo queda a mano, todo se desarrolla o destruye en un clic, en un apretón del pulgar o el índice de una mano que llama, que investiga, que juega o que toma una foto que recorrerá el mundo.

Este fantástico desempeño de la ciencia y la tecnología hicieron realidad los cuentos y las novelas que leíamos en la adolescencia llamadas de ciencia ficción.

¡Que lejanas y perimidas quedan desde la actualidad: “Mil millas de viaje submarino” o “la vuelta al mundo en ochenta días” del escritor Julio Verne!

De igual modo parecen cosas tan remotamente lejanas en el tiempo, el zapato teléfono del súper agente 86, o el teléfono reloj y el rayo laser de James Bond, el temible agente 007. O las transmisiones vía satélite de eventos como el hombre en la luna, los partidos de fútbol y tantas cosas que de niños mirábamos en televisión blanco y negro y siempre en diferido, 24 horas después de acaecidas.

Los niños de hoy día no juegan; sino que “juegan a que juegan”. No es fútbol de pelota, potrero, sudor y abrazo con el que convierte el gol, se juega con consolas y controles, asimilando que se es uno de los jugadores conformados por miles de pixeles que están en la pantalla. Se acepta la imagen de la pantalla como propia, mientras el espejo muestra niños obesos, sin ninguna destreza física.

Los infantes de hoy, no interactúan con el otro, no corren, no crean ni desarrollan –como nosotros lo hacíamos- sus propios artilugios para participar de los juegos. Con botones creábamos un equipo de fútbol, los escarabajos de la isoca eran nuestra tropa de ganado y los corrales eran hechos con ramas y palitos. Las armas eran a lo sumo algunas maderas con clavos y las balas, las detonábamos con sonido bucal, mientras corríamos a escondernos en los recovecos de los patios de las casas.

Es una pena ver que la recreación este limitada a juegos electrónicos y a mensajes por celular. No aprenden la solidaridad de extender la mano al caído y decirle: deja que te ayudo; porque los juegos cibernéticos enseñan a matar con las mismas armas que portan los ejércitos más avanzados del mundo y las frases que usan son siempre similares “muere maldito bastardo”.

Esa animadversión por el que no está de nuestro lado, se descubre a cada paso y se pone de manifiesto en las situaciones cotidianas.

La realidad se nos está volviendo virtual y lo virtual suple cada vez más a lo real, de manera violenta y acelerada y en esa vorágine de sensaciones de pantalla, de colores brillantes y sonidos envolventes, los niños van olvidando el olor a tierra mojada, el color del cielo después de una tormenta, la sensación que producen las gotas de lluvia al golpearnos la cara.

¡Qué lejos quedan los barquitos de papel, liberados en las corrientes de agua, las que formaba la tormenta contra el cordón de la vereda!

Las cometas de papel de seda, pegado con engrudo, coleando y coleando se perdieron en lejanos cielos celestes de una infancia tan pura como tranquila y tan mojigata como verdadera.

………………………………………………….

Había en nuestros sueños delirios de distancia

Sabíamos que el agua corría rumbo al mar...

Y hacíamos barquitos con hojas de esperanza

Y vos eras la reina y yo el capitán.... (Anónimo)

Tira y que tira y trepa y con la cometa

Se fue mi amor

Ay que tira y que tira y sube

Y hacia las nubes me voy

Ay que tira y que tira y trepa y con la violeta

Se fue mi amor

Ay que tira y que tira y sube

Y hacia las nubes me voy

La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas y escurría por los viejos techos de tejas del enorme caserón.

Bendición para las plantas de mi madre, para su huerta y para los aljibes del barrio que se llenaban con las pluviales recolectadas por metros y metros de canalones adosados a los pretiles.

Una mala señal para la intención nuestra de corretear en el fondo una vez terminada las tareas. El barro, el agua estancada y la perspectiva de dejar los pisos como un chiquero, eran un freno claramente establecido, tácito, no escrito, que se leía en los ojos de mi madre o a lo sumo en su frase de advertencia y amonestación: “- ni se les ocurra, eh!”.

La diversión debería buscar alternativas para ser entretenida y cas sin ensuciarnos, ni ensuciar nada a nuestro paso y que a la vez no nos atara en el consabido juego de caja el ludo, las damas chinas o el micado.

Lo que era peor de todo, tener que participar obligadamente en la tragicomedia aquella de repasar las tablas de multiplicar en voz alta y como cantando, mientras mamá tejía o hacía crochet.

Debíamos procurarnos la salida pronta y entretenida ni bien parara el aguacero. El lugar que nos permitía desplazarnos y jugar sin enchastrar demasiado era la vereda. Embaldosada y amplia, con cordones cuneta y calle pavimentada, daba la oportunidad para desarrollar juegos de imaginación y creatividad, relacionados con el río y la navegación.

Eran tiempos lanchas de pasajeros entre el puerto de Salto y el de Concordia.

Los lancheros eran pilotos baqueanos expertos en el cruce del río Uruguay, tripulando unas viejas embarcaciones que hacían mucho ruido y de hamacaban constantemente sobre las aguas por más tranquilo que estuviese el rio.

Para nosotros, el río era un vecino más. Le visitábamos con las cañitas mojarreras y aparejos, pescábamos desde el muelle o en la desembocadura del arroyo Ceibal en el Uruguay. O simplemente de paseo y charla con amigos, caminando o en bicicleta, recorriendo la costanera, jugando al fútbol en la arena o viendo atardeceres extraordinariamente únicos, recostados hombro con hombro con la primera noviecita.

Esa formación de habitante orillero, de quien vive casi pegado a la costanera, nos hacía proyectar nuestra propia empresa naviera, la misma funcionaba únicamente en los días de lluvia.

Los barquitos de papel de diario, a los que mamá armaba por plegado y que nosotros corríamos a lanzar desde el cordón de la vereda, allá en la esquina alta, para que tomando velocidad, costeando neumáticos de algún coche estacionado y evitando encallar abruptamente, navegaran raudos y valientes, hasta perderse en la boca de tormenta de la esquina de abajo.

Era lindo jugar y que mamá participara de nuestras odiseas de simples lancheros de río hasta los barcos piratas, aquellos que veíamos en las tardes de mitineé, el capitán Garfio o Barba negra.

Me encantaba ver las manos de mi madre, plegando con destreza las enormes hojas de diario para dar forma a aquellos barcos con los que mi hermana y yo, jugaríamos mientras durase la corriente viajera.

De impermeable con capucha y botitas de goma por si goteaba y nada de desabrigarse, sino… “- vuelven para adentro”.

Más de una vez en aquellos barquichuelos, frágiles y livianos como los sueños de la niñez, se erigió de comandante, algún soldadito de plomo o algún muñequito roto que ya había perdido valor lúdico; desapareciendo para siempre al ser devorado por la torrentosa corriente y terminar de ese modo su odisea acuática.

Mi hermana parecía una caperucita roja, audaz valiente y decidida.

“- ¿Qué le pusiste a bordo de tu barquito, Honguito?”-

“¡Nada, nada hermano!” – respondía casi siempre ella. Aunque cuando no mostraba con orgullo su barquito, era porque algún desdichado insecto o animal pequeño, emprendería su último viaje. Siempre tenía algún grillo, bicho de luz, cascarudo, una lombriz o similar en sus frascos con tapa a rosca. De esos solo se salvaban las cucarachas y las arañas a las que sentía y siente verdadera fobia. Poco y nada le interesaba si el bicho aquel estaba vivo o muerto, ella lo lanzaba al grito de:

“¡Dale, dale…adiós que te vaya bien, echale tabaco al pito y adiós que te vaya bien!”

Cierta vez, después de una tormentilla de barcos en la correntada de la vereda, volvió con unos arañazos en la nariz y aunque no dijo nada de la razón y origen de los mismos porque estaba “muy enojada, muy enojada, muy enojada”; yo siempre sospeché que quiso hacer navegar aquel pequeño gatito que había adoptado como mascota y el animal le hizo saber a su manera que él no estaba dispuesto a complacerla fácilmente y mucho menos volviéndose marinero en una tarde de tormenta.

Probamos otros materiales, construimos de madera, de cañas unidas, con velas de tela o nylon; nada era igual. Barco para domar las olas de la corriente en el cordón de la vereda, debe ser de papel.

Con la mitad de un periódico

hice un barco de papel,

en la fuente de mi casa

le hice navegar muy bien.

Mi hermana con su abanico

Sopla, y sopla sobre él.

¡Buen viaje, muy buen viaje,

Barquichuelo de papel!

Amado Nervo

…………………………………………………….

Entre los juegos cotidianos contábamos unos cuantos de acción física y que podíamos desarrollar en los patios o en el fondo: Las rondas, los escondites, el ¿Lobo está? Saltar la cuerda, los puentes o la pachana, la mancha, las agarradas, aunque aquellos entretenimientos eran más de las tardecitas en la vereda.

Las tardes primaverales y soleadas, las nochecitas de verano, eran otra razón de juego impostergable. Desafiábamos los cielos y creíamos volar en ellos haciendo remontar las cometas o pandorgas de diferentes formas y colores con estructura de caña y alma de papel de seda.

Aquel juego infantil era realmente emocionante, por momentos éramos constructores y en otras oportunidades los pilotos que vuelan y se mantienen en el aire por efecto del viento.

La aerodinámica era cuestión de los jóvenes o los adultos con experiencia en la fabricación del artefacto volador formado por una estructura de cañas que se rasgaban a medida, se ataban con hijo de yute – que nosotros comprábamos en el almacén de Rodríguez pidiéndolo como piola de pandorga-; cubierto de papel de seda, papel arroz o tela muy delgada. Las formas poligonales o decorativas, las estructurales como los faroles o las serpientes voladoras, siempre danzaban en el aire con una cola de contrapeso, y sujetas a nuestra mano por un hilo largo, muy largo. Mediante el cual colocábamos mensajes en forma de cartas, que ascendían por la tanza, hasta alcanzar el cielo.

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Papelitos de china de muchos colores

largos flecos para alzarlo muy alto,

del costurero de la abuela un carrizo de hilo,

anudaré a la cola todos mis tiernos amores.

Planeará con gracia hasta llegar al cielo

llevará el mensaje de la gente que quiero,

se juntará alegre con el lucero bello

que yo veo cuando la luna comparte su destello.

Fragmento TIEMPO DE BARRILETES(LOS COMETAS), de Lissi,

“No te olvides que la cola debe guardar una proporción con el peso de la estructura, porque si no, no planea y se desploma”… “mira que si colea o se viene a pique o te revienta el hilo”- decían siempre los más grandes cuando se iniciaba la “zafra de confección de pandorgas”.

(De allí que cuando alguno hacía una travesura o se volvía un joven tarambana, los adultos decían de el mismo, es como "Barrilete sin cola", va para cualquier lado.

Era uno de los pasatiempos más populares, realizábamos competencias con cometas decoradas, con diseños trabajados, de diversas formas, como animales, máscaras, dragones, etc., muy coloridos, y a veces con dispositivos para producir silbidos o sonidos musicales por efectos del viento.

Se competía a remontar lo más alto posible cada uno su propio barrilete y evitar que vuelva a aterrizar, manteniéndolo alejado de los demás o de elementos que lo hagan enredar y caer y también de alguna cola dañina, que portaba una hoja de afeitar, a fin de cortar hilos de los rivales y despejar el camino. Si, avivados y tramposos siempre existieron.

Mucho más tarde y ya siendo liceales, aprenderíamos que el barrilete en la historia no era solo un juguete, que Franklin, dedicó mucho tiempo a las investigaciones sobre la electricidad, mediante experimentos variados, entre ellos la utilización del barrilete; que Graham Bell se ocupó de estudiar fenómenos naturales con barriletes.

…Luna de mediodía

con cara de payaso;

señor del equilibrio,

bailarín del espacio.

Ala que inventa el niño

y se anuda a los brazos.

Mensaje a lo celeste.

Corazón del verano.

(Fragmento de “El barrilete” de Claudia Lars)

Lo cierto es que en la niñez todo se ve multicolor y lindo y el entusiasmo estaba disparado desde el momento en que conseguíamos la financiación para nuestro proyecto de conquistas espaciales, adquiríamos los materiales los materiales de construcción, con el corazón acelerado tan solo con imaginar el vuelo de aquellas tarascas, las bombas, los papagayos, los faroles y las serpientes voladoras.

“- Dale mamá, dale… Todos los gurises ya tienen pandorga y nosotros ni que la armamos todavía…”

“- Solo unas moneditas, unos cambitos, los niqueles de los vueltos nunca devueltos. ¿Ta? Decía mi hermana con su mejor cara de ángel.

La “serenata” repetitiva y monótona, reforzada con buenas calificaciones escolares en los cuadernos, mandados hechos sin protestar y alguna atención más, lograban convencer a la “vieja” que desembolsaba alguna que otra moneda con las que comprábamos fundamentalmente los papeles y el piolín; ya que el resto surgía de la cocina, del costurero de mi madre y del cañaveral del fondo. Harina para el engrudo, tijera, hilos y trapos para la cola y cañas tacuara para las armazones, componían nuestra fuente de creatividad y entretenimiento.

Planeará con gracia hasta llegar al cielo

llevará el mensaje de la gente que quiero,

se juntará alegre con el lucero bello

que yo veo cuando la luna comparte su destello.

Jugaré con los amigos, contando historias

cada vez que los barriletes alzan el vuelo,

los dejaremos partir junto con nuestras alegres memorias

el primero de noviembre, junto con las almas del cielo.

TIEMPO DE BARRILETES(LOS COMETAS), Mirna Lissett

Todo debía ser lo más exacto posible.

Se debía elegir una cana seca o puesta a secar, no muy gruesa, de manera que al rasgarla, esta no opusiera mayor dificultad. Se medía el largo, se aserraba y de aquel trozo se sacaban listones; cuanto más finos mejor pues eran menos pesados que los más anchos e igual de resistentes.

Se los alisaba con un cuchillo filoso y se le tallaba los encastres para que al superponer una con otra, el ajuste fuese perfecto. Las ataduras eran con piolín y los nudos eran una artesanía dentro de otro arte, de manera que se aseguraba de esta manera que el viento no pudiera romper ni desatar.

Sobre las cañas se pegarían los trozos de papel, con los que se completaba el cuerpo de nuestra pandorga. Fuese el trazado que fuese, procurábamos que fuese original y no comprar nunca una cometa en los almacenes, jugueterías o bazares del centro.

Se veían pandorgas con motivos de dibujos animados, con los escudos de los cuadros de fútbol, con las iniciales del nombre del propietario o fantasías geométricas con coles vibrantes.

Como el parque estaba a pocas cuadras de casa, ir hasta allí era fácil y mamá nos acompañaba termo y mate en mano, para compartir -charlando con alguna vecina- el despegue de aquellos pájaros de papel.

Para que remontara era necesario tener práctica, espacio, buena carrera y dar con un día de brisa o viento moderado. Correr a contra viento con la cometa danzando detrás de nosotros a medida que le íbamos dando piola mientras ella se iba afirmando en el viento. Si no lo sabías hacer de ese modo, también se podía echarla a volar entre dos, parados frente a frente con unos cuantos metros de distancia, piolín de por medio, quien quedaba a contraviento soltaba la cometa lo más alto posible mientras quien sostenía el rollo de piolín recogía el mismo velozmente mientras ella subía, subía y subía.

Y allá arriba se quedaba. Balanceándose, cabeceando, o coleando entre el darle piolín y recoger para que ella se desplazara entre las nubes, jugando a esconderse del sol, captando la mejor corriente de aire.

Dale que sopla torcido

No se te vaya a caer

Que cose y que pinta

y qué linda que está

Que tira y que tira

y qué lindo que va

Polleras de trapo marcando el compás

Cañas ligeras que saben volar

Dale más piola que llega hasta el sol

Cometa de la Farola, Jaime Roos)

Cuando el tiempo comenzó a pasar más de prisa, multiplicando nuestras obligaciones de estudios y de trabajos y de sueños de amor. Cuando el espacio dentro de los pantalones cortos se nos hacía cada vez más estrecho, fuimos dejando de lado la construcción de los planeadores de la inocencia y el colorido del cielo se instaló en el pecho.

Aprendimos que soñar con un futuro, con ser alguien en la vida o tener una novia, y esa proyección hacia el mundo adulto nos ocupaba la creatividad y las ansias, era dejar volar el corazón y se parecía mucho a remontar cometas.

Pandorgas, tarascas o el barrilete que fuese, debía construirse poco a poco y con precisión poniendo en cada pliegue, en cada atadura o pegado, lo mejor de uno mismo como artesano ya que esa pieza sería una tarjeta de presentación.

Soltar al viento de la vida, la pandorga de los anhelos, pero sin dejar que ellos vuelen más allá de nuestra vista y siempre controlados por el piolín de nuestra voluntad, con mano firme y decisión.

Sabiendo que cualquier mal viento podía dar por tierra con el vuelo de nuestros sueños al igual que con aquellas estructuras de caña y papel de seda.

¡Cuántas veces pude ver las cometas estrellarse contra el suelo!

Se desparramaban sus colores en el piso, sin dejar posibilidades de volver a volar. Casi del mismo modo sucedía con los sueños que si iban mas alto de nuestras posibilidades, se aplastaban en el derrotero de la vida sin poder reponernos del todo.

Qué lindo desafiar el viento en aquellas máquinas voladoras con las que pasábamos los últimos tramos de nuestra infancia.

Que emocionante fue sentir el alma en vuelo y aprender a dominar esa técnica que nos daría la oportunidad de madurar y adueñarnos del destino.

Las cometas era como el anuncio de días venideros donde cada uno de nosotros se abriría paso en el cielo que más le gustase, desafiando calor y frío, vientos y días sofocantes, a fin de mantenerse en vuelo, de afianzarse en un mundo cada vez más competitivo y menos niño.


 
 
 

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